Esta es el logo oficial de la partida "Nueve Días Para Morir". La escena en si es muy simbólica, pues contiene elementos muy importantes en la trama de la partida, a pesar de que alguno parece pasar inadvertido.
El jinete es Gaurithoth, un Lich nigromante, que tiene a todos los jugadores atemorizados. Sin embargo, hasta los mas malvados, han tenido su pasado y el pasado de este personaje, se cuenta en una leyenda, ideada expresamente para esta partida... Una leyenda que dice así:
La leyenda de la senda de la muerte
Entre los círculos de hechiceros estudiosos del reino de la canalización, circulan numerosas historias y leyendas que narran y explican muchos de los conceptos que, un estudiante de este reino, debe aprender. De entre todas estas fabulas y alegorías, que esconden ejemplos y moralejas de gran sabiduría, existe una leyenda que habla sombre esa senda que el mismo Ilúvatar dispuso para que fuera recorrida por sus hijos libres del destino.
Cuenta la leyenda que, en una época lejana, en una remota fecha de la Segunda Edad, existió una singular alianza entre un hombre Edain y una mujer Eldar. Mas de uno pensara que esta alianza, no tiene nada de singular, pues todo recordamos la leyenda de Beren y Luthien, sin embargo la singularidad de esta pareja, se hará mas notoria en la medida en que avancemos en el relato.
El Edain se llamaba Arimûr y en aquella época, fue un teniente Numenóreano a la par que un poderoso hechicero. La Eldar se llamaba Lalaith y era la encantadora y alegre hija de un poderoso aristócrata Noldo, señor de varias tierras del reino de Eregion, cercanas a su capital Ost-in-Edhil.
Se dice que por aquel entonces, algunas de las tierras que pertenecían a la familia de Lalaith, estaban revueltas y eran frecuentemente atravesadas por todo tipo de alimañas de Mordor y aunque los poderosos guerreros Noldo encargados de cuidar estas tierras, solían mantener a raya a estos inmundos engendros, quiso en una ocasión el destino que la vida de Lalaith quedara expuesta a merced de aquellas aberraciones. Fue entones cuando el joven Arimûr, durante un viaje de retorno a su residencia en Fornost, descubrió a la indefensa Lalaith, tratando de defenderse de las criaturas que sus propios guardaespaldas no habían podido derrotar.
El espíritu jovial de Lalaith y su gran belleza, causo una profunda impresión en Arimûr, que se enamoro irremediablemente. Los profundos sentimientos de Arimûr, lo empujaron a ayudar en la limpieza de las tierras de la familia de Lalaith, lo cual le permitía pasar el mayor tiempo posible con ella. Con el tiempo, la relación entre ellos se fue haciendo mas cercana, los dos eran poderosos hechiceros y grandes expertos en el reino de la Canalización, se dice que incluso compartían sus sortilegios, aprendiendo el uno del otro, aunque no siempre se ponían de acuerdo en el modo en que ciertas artes debían ser usadas.
Finalmente, el padre de Lalaith, le concedió a Arimûr el reconocimiento merecido por su esfuerzo en la limpieza de sus tierras, que ya comenzaban a proporcionar sus frutos. Decidió cederle parte de dichas tierras, para que el propio Arimûr pudiese administrarlas como dominios propios. Fue entonces cuando Arimûr, sintiéndose alabado con semejante gesto, osó pedir la mano de Lalaith.
Poco se sabe de lo que el padre de Lalaith respondió ante la insolencia de Arimûr. También se desconoce lo que Lalaith sentía hacia Arimûr. Lo único que sabemos es que Arimûr abandono aquel palacio y se retiro a las tierras que le habían sido cedidas, a investigar en secreto, los oscuros y siniestros caminos ocultos en el reino de la Canalización.
Muchos opinan que el padre de Lalaith, le impuso a Arimûr una búsqueda imposible, al igual que ocurrió con Beren y el padre de Luthien. Otros piensan simplemente que Arimûr se sintió ultrajado y sus indagaciones no buscaban otra cosa que no fuese la mera vindicación. El caso es que, durante años la hermosa Lalaith, no tuvo noticia alguna de Arimûr, hasta el día en que un mensajero le trajo un obsequio, un joyero remitido por el propio Arimûr.
Cuentan que la propia Lalaith tuvo la precaución de mantener aquella entrega en secreto, por lo que despidió discretamente al mensajero y se retiro a su alcoba para descubrir el contenido del joyero. Al abrir el joyero, Lalaith descubrió un hermoso aunque tétrico camafeo, grabado con la imagen de una calavera y junto al camafeo, había una nota, manuscrita por el propio Arimûr, donde le notificaba que había alcanzado la inmortalidad. Y si tal anuncio no fue lo bastante inquietante para ella, lo que ocurrió después sin duda desquicio por completo a Lalaith.
Cuando Lalaith salio de su alcoba, descubrió que el palacio había sido tomado por hordas de no-muertos. Toda su familia y sus amigos habían sido destruidos, por muertos vivientes, que rendían sumisión a un hechicero que se hacia llamar Gaurithoth. Por algún motivo que Lalaith desconocía, ningún muerto viviente atentaba contra su persona o le afectaba en ningún motivo, luego descubrió que esto se debía a la influencia del camafeo que le habían obsequiado.
Muchos fueron los horrores que Lalaith soporto en aquella situación, pero lo peor aun estaba por llegar. Cuentan que cuando Lalaith llego a la sala de audiencias del palacio, intrigada por la identidad del tal Gaurithoth, descubrió aterrada al autor de tan brutal ataque. Vislumbro que Gaurithoth era una figura imponente, vestía con una capa roja, característica de los tenientes de Numenor y en su mano diestra, blandía la espada con runas de el propio Arimûn, pero en lugar del apuesto y vital rostro de su pretendiente Numenóreano, Lalaith descubrió el pálido y mortecino rostro del mismísimo cadáver viviente de Arimûn.
Nadie sabe como Lalaith salio de aquel infierno, ni si tuvo entrevista alguna con el ahora llamado Gaurithoth, el caso es que fue capaz de abandonar aquellos dominios ahora infectados por la muerte. Se sabe que a pesar de su gran desesperación, la pobre Lalaith fue capaz de encontrar ayuda de otro hombre de Fornost, un humilde soldado, antiguo compañero, alumno y amigo de Arimûn, que se había alejado de el, cuando su maestro enloqueció en su búsqueda de la inmortalidad. Aquel muchacho se apiado de Lalaith y forjo para ella un objeto muy especial.
Aquel soldado sabia que los elfos son inmortales solo en cuanto edad, pero al igual que los humanos, los elfos pueden morir por las armas. Por aquel motivo, Lalaith aunque Inmortal, estaba en clara desventaja ante Gaurithoth pues este ultimo no podía ser muerto por arma alguna, ya que su inmortalidad transcurría en la dirección opuesta a la de Lalaith. Fue entonces cuando se le ocurro que la única manera de igualar las cosas para Lalaith, era construyendo un artefacto que le impidiese morir incluso ante los ataques. Tal objeto fue el yelmo de la resurrección, que permite resucitar a quien lo lleve puesto.
Armada con tan fabuloso artefacto, Lalaith se adentro nuevamente en los que fueran los dominios de su padre y aunque el camafeo le protegía, tuvo que enfrentar a toda pútrida criatura que Gaurithoth le mandaba. Mucho sufrimiento tuvo que soportar Lalaith y es mas que probable que el yelmo de la resurrección le fuera de gran ayuda, pero cuando llego la batalla final ante el mismísimo Gaurithoth, Lalaith comprendió la verdad que el soldado le había explicado, puesto que no había forma alguna de dar muerte a Gaurithoth. Y es que ¿Como se mata a algo que ya esta muerto?.
Fue entonces cuando Lalaith comprendió el sacrificio que tenia que hacer para acabar para siempre con Gaurithoth. Valiéndose de su gran habilidad, en una maniobra increíblemente audaz y arriesgada, Lalaith se saco el Yelmo de la Resurrección y consiguió ponérselo en la cabeza a Gaurithoth. Podemos imaginar como durante un instante, nuestra bella Lalaith recupero la sonrisa al ver que su logro tuvo el efecto que ella deseaba. Sin embargo, su efímera felicidad, duro lo poco que le restaba a su triste vida, pues la espada con runas de Gaurithoth, había atravesado su tórax de lado a lado y el Yelmo de la Resurrección que ahora mantenía inmóvil el cuerpo de Arimûn, ya no podía ser usado para resucitarla.
La moraleja de todo esto, es que la senda de la muerte, como cualquier sendero, tiene dos direcciones. Una de esas direcciones transcurre en el periodo antes de morir y la otra se extiende para toda la eternidad, después de la muerte...